En
febrero comencé a recibir lecciones nocturnas de inglés en una academia
privada. Una serie de cuestiones me hicieron optar por el horario nocturno para
asistir a clase. La idea era tener el
día libre para formarme en otros campos y no tener que hacer malabarismos con
el reloj en esos meses para poder hacer todo.
La hora no animaba mucho. El
resto sí.
Fui
a parar a un grupo donde me sentía el nuevo.
Por no saber desconocía la forma de desarrollarse de la clase o el
método seguido para enseñar por parte de la profesora. Esas primeras dos semanas fueron un recorrido
por ese camino difuminado hacia la integración hasta dar el necesario paso de
la novedad a la monotonía. Supongo que
es uno de los muchos mecanismos inherentes al ser humano para sobrevivir.
Rondaba
ya el mes en la academia cuando las ganas de ir a clase pegaron el estirón y
esa monotonía de la que hablaba antes levitaba junto a mi cada vez en más
momentos. La agarraría pronto y sin
remedio. Las caras de los compañeros se fueron fijando
en mi mente y el método de la profesora, unas veces un espectáculo de una hora donde
los asistentes teníamos que participar sin opción de amparo, otras una
entrevista personal donde poco había que perder, me insuflaba ganas de conocer sobre qué tema versaría la
clase. Esperaba, como un regalo, vivir
ese momento del día.
A
la vez yo estaba con el corazón y la mente en conflicto replanteándome
lecciones de vida. El corazón se decidió.
Lo callé porque estaba confundido y pasar de ser uno a ser tres es saltarse
muchos escalones, y ser una sombra. Y,
lo que es peor, yo estaba dispuesto a ser esa sombra dominado por una necesidad
urgente y hermosa de "estar junto a". Pero poca vida tendría ese
impulso en la práctica y mucho daño a terceros y a mi mismo sería
repartido. Siempre he sido de impares,
así que mejor ser uno que tres.
La
primavera vino para joderme el trayecto a la academia, lleno de arbolitos y con
las obras al lado. Esa alergia... En
aquél momento hacer ese camino diario significaba ir a un punto de encuentro
con personas conocidas a las que ya quería careciendo de motivo, y de las que
admiro el carácter, la forma de ser, y, con la perspectiva de los meses, valoro
la manera en que me han tratado. También
fue el momento de volver acompañado a casa por gente de la zona, de esperar a
la profe y charlar sobre cualquier cosa durante cinco minutos que a veces se
disfrazaban de veinte. Y del clásico <<Cada día salimos más tarde>>
de mi compi.
A
primeros de mes fue el examen oficial de nivel. Una
muy buena experiencia. La última vez del
grupo de inglés. Hoy he soñado con los
resultados. Era un 65%. Dicen que los
sueños que se cuentan no se cumplen. Aquí está el mío. Desde ese día no veo a la mayoría de los que
han sido mis compañeros desde febrero.
Tuve una despedida rápida que me dejó mal cuerpo. Gustoso me hubiera negado a realizar esa
despedida y abrazar a la gente pero el momento era ese y sentí que tenía que
decir lo mucho que los echaría en falta con algún gesto. Fue una grieta en un cristal. Esos sentimientos de desarraigo y ruptura son
los que propician que esta entrada haya nacido.
Posteriormente
retomé las clases de inglés dos semanas más en un grupo ya hiperreducido debido
a la falta de interés de la gente por recibir algunas clases más cuando el
examen para el que nos estuvimos preparando ya había tenido lugar. Han sido semanas de aprovechar como nunca las
clases mientras que te vas mentalizando del final inminente de la etapa. Cuatro personas más un profesor hablando una
hora diaria de cualquier cosa, porque hemos sido de todo excepto
monotemáticos. Las últimas tres clases
con nuevo profesor han sido felices también por la cercanía y buen hacer de él,
que nos ha cogido el punto desde el minuto cero. Le va a ir muy bien.
Ahora
todo ha terminado, y lo ha hecho dejando un buen sabor de boca.