Ante las dificultades, un amigo.
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Con
los focos apagados el romanticismo viste la escena, pero todavía el ritmo
palpitante encerrado en los relojes no volverá a marchar como debiera ni será
concedido el indulto al melindroso que movió el tiempo para que triunfara una
verdad opaca, descarado eufemismo. Los
errores necesitan algunas lunas para ser reparados. Las actrices quieren
descansar, aunque el público asistente sabe que fingen ya que a Morfeo
se le ha vetado la entrada al recinto. Es en este momento cuando entre cortinas
se asiste a la intimidad de esas chicas
que se quieren, o se entienden, y cuya noche se te queda pegada a los dedos por
imprudencia, junto a poemas que no lo son, comida basura y pies fríos.
Cuando
viene el sol ya no hay espacio para dudas, mucho menos con el dolor de cuello
que proporciona dormir en una butaca que bien pudiera ser de segunda mano. Tampoco lo hubo antes. Esta obra se ha escrito en poco tiempo y por
necesidad. Lo mejor es escribir,
mientras los actores trabajan ante el telón, una escena nueva que sucede en un Centro
Comercial, para dinamizar la función.
Nadie quiere tener un público aletargado por ofrecer una sucesión de
escenas estáticas. Evitemos la mala
prensa y las reclamaciones populares. El
dramaturgo es consciente de depender en exceso del envoltorio. Pese a ello debe
hacerse lo imposible para que el final sea satisfactorio, aunque las bellas piezas
ornamentales sean poco más que un llamativo papel de regalo que aparenta
grandeza sin ser nada. El desesperado
varón ansía, contrito y cabizbajo, acallar a su conciencia, poniendo el alma en
esta representación, creada para pagar su falta, que sabe a abrazos rotos.
Ahora
queda esperar las críticas sobre la función y prender fuego a los testigos
después para que el dramaturgo sea el
único que recuerde al monstruo de la culpa, que seguirá en sus adentros como
una mueca indecorosa aunque la función haya sido del agrado de los dioses y le
sea concedido el perdón. Poco
sorprenderá a los lectores que alcancen este párrafo conocer que el dramaturgo
que ha sido director, realizador, figurante, técnico y público, es también el
único crítico disponible de la ciudad.
Para qué dar a conocer nuestros fallos a los demás y para qué hacerles
partícipes de nuestro arrepentimiento por las acciones pasadas. Este teatrillo
del dolor simplemente es un intento por conseguir la absolución y que el grillo
trajeado acuda a otras orejas con su verborrea de semidiós, su dentadura Colgate y su paraguas londinense,
martirizando a otras audiencias por carecer de remordimientos y escrúpulos,
cosa que nuestro director siempre padeció sin necesidad de llevar creídos insectos sobre su hombro o en el bolsillo de
la chaqueta.