El
ser humano es un ente extraño para la humanidad. Es posible que esta afirmación
no valga para ti, intermitente lector que no consigo fidelizar, aun así deja
que me explique. Me fascina una no tan rara
avis entre el género humano que, a mi juicio, es digna de ocupar cuantiosas
páginas de tesis doctorales o de ser estudiada por los más reputados
sociólogos. A poco que estemos en el
mundo podemos ver que los valores basados en la tolerancia a los demás, al
menos en teoría, son políticamente correctos; los requisitos mínimos del ciudadano del siglo
XXI. Dudo que esto refleje la realidad
de cada persona así como que la escala de valores sociales imperante case al
dedillo con la íntima de cada individuo.
Sospecho que hay gente que oculta su verdadero pensamiento al resto por
aquello de encajar o de no ser la nota disonante en el trabajo, su grupo de
amigos, y continúa enumerando como estimes que he perdido los puntos
suspensivos. Este planteamiento me lleva
a la conclusión de que los valores de la sociedad obedecen a una especie de tendencia,
variable por épocas, que seguimos de
algún modo.
Subidos
al carro de esta moda hallamos a un tipo peculiar de personas. Aquellas que vampirizan a gente que no le es
afín para hacer ver que son guays. Estoy
haciendo referencia a esos especímenes que preñan tertulias y coloquios con
sentencias del tipo “…si yo estoy de acuerdo en que la mujer cobre igual que el
hombre, pero ellas no pueden hacer las mismas tareas”, “todo el mundo tiene
derecho a una vida digna, pero si no hay dinero que los inmigrantes sean los
que se queden sin cobertura sanitaria” o “veo bien que puedan casarse pero me
niego a que puedan adoptar porque un niño necesita un padre y una madre”. Cuando
me encuentro con estos seres veo clarísimo cual es su postura real y cómo se
afanan en enmascarar y dulcificar la misma para evitar que se les vea el careto.
A los más veteranos en estas lides deberían concederles un título de
maquillador o de rey del disfraz, a elegir por el afortunado, en base a la experiencia
práctica adquirida por su continuada labor como embellecedores de opiniones. No obstante, hay que ser cuidadosos ya que es
frecuente y sano que difiramos en algunos aspectos de esta moral colectiva que,
por otro lado, dista de ser perfecta. Tampoco hemos de olvidar que tenemos
libertad para decidir cómo pensar y cambiar nuestros esquemas cuando gustemos,
siendo deleznable que a nadie se le reproche hacer uso de este derecho. Tomar
decisiones es un acto libre y espléndido pero ocultar nuestra verdad mostrando
un yo falsario por interés desluce esta acción.
Observo
en foros, blogs y modernuras por el estilo, que estos reyes del disfraz
interactúan con un mínimo de personas que podrían encuadrarse entre los
colectivos que reclaman una igualdad real y total en cuanto a derechos y
deberes. Supongo que de aquí surge esa cita célebre gastadísima de tanto usarse
como escudo, por no decir tapadera, de “y ojo que yo tengo amigos gays” y sus
variantes con mujeres, parados, extranjeros, ancianos, y como no aparecen los
puntos suspensivos animo a los que he provocado sopor a que sigan la serie y así
nos eviten sus ronquidos. A este grupo de personas que está presente en la vida
de los mortadelos (aka maquilladores) por necesidad de estos últimos, lo
denomino cupo maricón. Estos
intolerantes impíos mediante su modo de proceder retuercen con crueldad la famosa
ley del embudo. Dice esa ley que el pillo se queda la parte ancha y deja al
resto la estrecha, pues estos sujetos, para más inri, utilizan en su propio
beneficio a aquellos a los que condenan con su manera de ser a una vida de
estrecheces y desigualdad, eso sí, sin que se note. Recuerdo que el diploma arriba propuesto para
estos mortadelos felones sería elegido por el beneficiario ya que cada cara
tiene un grado de dureza determinado que hace que a veces sea más rápido
ponerse una máscara que maquillarse la jeta.
Sea
por interés o por cubrirse las espaldas, estos humanoides hacen que tienen que
ver con personas que poco les aportan más que la tranquilidad de tener
cubiertas las espaldas y evitar ser calificados de xenófobos o el adjetivo que
le toque a cada uno según el colectivo despreciado (como los adjetivos son
compatibles y acumulables apostaría a que hay quien los colecciona como trofeos).
Mención aparte merecen esos que, a sabiendas de que sus esquemas de vida tienen
poco o nada que ver con lo comúnmente aceptado, se muestran como son, sin dobleces,
mostrando su disconformidad sin entrar en descalificaciones. Gente respetable, con un par, que va de frente
sin parasitar al prójimo.
Seamos
distintos y normalicemos las diferencias respetando la manera de pensar del
otro, sea parecida, antagónica, o parcialmente distinta a la propia. Si no se
es uno mismo la vida carece de sentido. Además, a algunos raritos nos gusta
conocer a gente nueva con sus locuras y derrapes, siempre y cuando consideren a
sus semejantes. Y a los que necesitan
del cupo maricón para cubrirse espaldas o medrar… (¡los encontré!)
Qué
les den.
Estereosexual - MECANO
4 paseantes:
Enhorabuena, amigo. Una gran entrada.
Sin respeto no podemos ir a ninguna parte, es la base no solo de la amistad, sino de la simple convivencia. Ya está bien de aparentar y no aportar
. ¡Va mi aplauso!
Interesante y compartido tu planteamiento. Muchos se van en palabras cuando sus actos muestran lo contrario. Muy bien planteado y ojalá, fueran más los que pensaran abiertamente como tú.
Un beso al vuelo:
Gaby*
Totalmente de acuerdo, del comienzo al final. Creo que una vez hablamos de este tema, me considero muy afortunada porque en mi familia me enseñaran desde muy pequeña a respetar, y a ver las cosas como son, sin buscarle las vueltas. Por desgracia queda mucha hipocresía en este mundo, en el cual se dice una cosa, pero se piensa otra. A mí me encanta ser coherente. Besitos.
Me ha gustado mucho el comentario. He entrado al final, con Chrome.
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